martes, 12 de enero de 2010

Aquel encantador extraño


La luz estroboscopica del fondo de la pista parecía estar perfectamente sincronizada con la canción de fondo, la alegría se esparcía como una bruma que poco a poco iba a contagiando a todos los concurrentes a la congestionada discoteca.


Wilson en la barra pedía dos cervezas, miraba a Julio bailar solo en medio de la multitud, sus cabellos rizados no parecían moverse de ninguna forma coordinada, pero su mirada mantenía fijada en Julio y de cuando en cuando le brindaba una sonrisa, Wilson se sentía feliz, el encontrarse accidentalmente con ese hombre le estaba cambiando la vida.

Unas horas antes al finalizar la jornada laboral, Wilson salía de su oficina rumbo a su casa, se sentía solo y triste, estaba en esos días en que todo es de color gris, con tres relaciones fallidas llevaba más de un año solo mientras que sus amigos parecían estar felices cada uno en su propio mundo.

Tomo un autobús rumbo a la casa, sabía que era viernes y le encantaría salir a bailar pero no estaba dispuesto a salir a un bar a buscar compañía y sexo ocasional, él anhelaba una compañía un poco más permanente. Al subir reparó en el joven rubio sentado en la primera fila, se sentó un puesto atrás al lado opuesto para observarlo mejor, al rato descubrió que podía observarlo a través del reflejo del vidrio del conductor y así no incomodarlo.

Cuando el hombre fue a descender, Wilson se apresuro para descender primero con el objeto de evitar que pareciera que estaba persiguiendolo, se bajo del autobús y en seguida ese muchacho de cabellos rizados bajo tras de él.

- “Si me sigues mirando me vas a gastar” – le dijo a Wilson con cierta sonrisa picara – “Note como me mirabas a través del reflejo” – prosiguió mientras lo miraba.

Wilson sintió cierto escalofrío recorriéndole la espalda mientras pensaba, que había descubierto al hombre de su vida, o más bien que él había sido descubierto, descubriendo al hombre de su vida, caminaron juntos calle arriba, al principio la conversación inicio como muchas conversaciones de personas que no se conocen, el nombre, la edad, las cosas a que se dedica en la vida, y muchas mas.

Pero en un momento empezaron a hablar de barcos, el tema favorito de Wilson, y noto que Julio estaba muy versado en el tema, caminaron y conversaron por muchas cuadras, incluso muchas cuadras mas allá de lo racionalmente cerca de la parada del autobus y terminaron bebiendo un café caliente mientras cruzaban sus miradas con cierto aire de romanticismo y complicidad.

Decidieron salir a bailar esa  misma noche, descubrieron que tenían los mismos gustos musicales, los mismos gustos en lo referente a las bebidas y hasta misma costumbre de sorber el trago a través del mezclador en vez de beberlo normalmente.

Wilson sabía una cosa, no es prudente irse a la cama con un hombre cuando se espera de él algo más que una noche de placer, asi que tras la noche de rumba y el beso robado y luego devuelto y muchos besos más, Wilson se ofreció a llevar a Julio a la casa de él.

- “¿Y cómo se que te volveré a ver?” – Pregunto Julio con curiosidad y cierto desgano

- “Toma esta pulsera es una de mis posesiones más preciadas, cuando nos volvamos a ver me la devuelves así sabrás que volveré a buscarte”. Respondió Wilson en la puerta de la casa de Julio y luego de despedirse salió con rumbo a su propia casa con un embarque inmenso de felicidad.

Dos días después Wilson volvió a la casa de Julio, con la esperanza de volverlo a ver, pero en su lugar una mujer de avanzada edad empezó a llorar cuando Wilson le pregunto por Julio.

- “Julio mi hijo, murió hace más de un año en una riña callejera” – aseguró la mujer tratando de calmarse.

- “No es posible antenoche estuvimos tomando café, rumbeando Juntos, y hablando de barcos” – Respondió Wilson.

- “Pero si Julio nunca supo nada de barcos, incluso le temía al agua, además no le gustaba el café”.

Una fotografía permitió a Wilson verificar que efectivamente estaban hablando de la misma persona, la señora amablemente invito a Wilson hasta el lugar donde se hallaba la tumba de su hijo, un cementerio alejado de la ciudad, a la entrada del mismo ella compro flores rojas sembradas en una canasta de mimbre y esparcia sobre ella los caramelos que le gustaban a su fallecido hijo y que mas tarde terminarían comiéndose los pájaros.

Llegaron con paso lento, mientras la serena tarde avanzaba igualmente sin prisa, hasta una tumba en el suelo, cuyo pasto había sido cortado recientemente, se ornaba con una pulida lamina de mármol gris sobre la cual reposaba brillante la pulsera de Wilson.