jueves, 15 de abril de 2010

Un dia libre

Cuando la primera gota de agua toco su piel, el frio que ya recorría su cuerpo se vio fuertemente acentuado, en un día gris como este, Pablo sentía la necesidad de sentirse vivo, por eso a pesar de ser el primer que tenia libre en mucho tiempo, decidió no quedarse en casa sino salir a encontrarse con ese mundo del que se había desconectado casi totalmente por andar inmerso en el trabajo.


El agua no logro calentar su cuerpo: “¡Pero que frio hace hoy en Bogotá!”, Pablo siguiendo un extraño impulso se vistió con aquellas ropas que más le agradaban, sumido en un incipiente egoísmo de vestirse para sí mismo y no para los demás, le extraño con franqueza que el teléfono no sonara, la previsible llamada de Andrés, una especie de mezcla entre amigo y novio, no había llegado hoy.

Estando listo para salir decidió llamar el mismo a Andrés para proponerle ir al cine o a comer o simplemente caminar, pero el teléfono de Andrés timbraba constantemente y nunca fue contestado, se sintió extrañado pero igual decidió salir solo, esa mañana la helada brisa alivianada golpeaba su cara, el frio penetraba a través de sus huesos y sin embargo Pablo se sentía ligero, escuchaba el murmullo de las masas que se agolpaban en los buses rumbo a sus trabajos, como si una fuerza impenetrable le diera un respiro de la agotadora rutina diaria.

Aunque llevaba años sin fumar, prendió un cigarrillo y camino fumando con las manos en los bolsillos, bajo el cielo gris, recordaba sin nostalgia aquellos tiempos de Universitario cuando creía que si podía reemplazar el almuerzo con un cigarrillo, trasformar el mundo no era un atarea imposible.

Tras varias horas de caminata, se sintió solo, la ausencia de Andrés nunca había sido tan profunda como ahora, le extrañaba su silencio y aunque rastreaba en su memoria los indicios de un disgusto anterior, una nube gris también cubría los recuerdos de los días anteriores, igual poco le importaba porque se sentía liberado, incluso de sus propios prejuicios y en un arrebato de libertinaje consumado decidió entrar a un cibercafé y contactar a un desconocido con intenciones de sexo ocasional y sin compromiso.

Observo largamente la lista de mensajes que pugnaban por ganar protagonismo en la pantalla, respondió a muchos de ellos sin obtener respuesta, el mundo virtual parecía trascurrir sin su presencia y a pesar de gritar con el teclado sus palabras parecían ciegas ante los ojos de los otros espectadores.

Decepcionado aun más, salió del café con rumbo a ese sórdido lugar que hacía muchos años no frecuentaba, y que muy pocos sabían que alguna vez había ido, su autoestima se sentía destruida al ser tan vilmente ignorado en el mundo virtual, así que aunque no se consideraba un adonis asumía que tendría más fortuna en el oscuro y cálido mundo real de un sauna.

Se desnudó sin prisa, observo su torso y se vio a si mismo más delgado y mas pálido, no por eso se sintió débil o enfermo, sin embargo anhelaba la vitalidad de sentir la tibieza de otro cuerpo rozando el suyo propio, en busca del calor que no había sentido desde la mañana. Ese día como nunca antes todos los seres que deambulaban por aquel lugar, establecían contactos e ignoraban meticulosamente a Pablo, como si en el fondo nadie se percatara de su presencia.

Por primera vez se sintió completamente ajeno al mundo, recordaba sus ritmos diarios, el café, el autobús, las personas, el internet y hasta el sauna, hoy era su día de libertad y sentía que hasta el propio disfrute del morbo estaba involucrado en su diario vivir al eliminar sus rutinas laborales también había eliminado el origen del verdadero placer.

Se vistió aprisa conmovido por el desperdicio de su día de descanso, marcó de nuevo a Andrés sin recibir respuesta, camino a su casa millones de recuerdos de toda su vida invadían su mente sin sentir nostalgia de algún pasado mejor, el único sentimiento que le producía una profunda congoja era el haber sido olvidado por el mundo mientras el trataba de disfrutar su día libre.

Su concentración fue alterada al notar el número de personas que se agolpaban en la puerta de su casa, una ambulancia estaba estacionada en medio de la multitud, la madre de Pablo lloraba ante una camilla que tenía un cuerpo cubierto de pies a cabeza, a su lado estaba Andrés que la consolaba infructuosamente, mientras la policía interrogaba algunos vecinos.

En ese momento Pablo se dio cuenta que se había muerto solo durante la noche anterior.

viernes, 19 de febrero de 2010

Amet


El viento frio rozaba suavemente los cristales del automóvil, dejando un húmedo tapiz de pequeñas gotas brillantes sobre su superficie, en el interior la calefacción hacia olvidar ligeramente el helado amanecer de la mañana Bogotana, un radio teléfono permanecía en silencio, en esa hora muerta en que nadie solicita un taxi.

A Amet le gustaba trabajar de noche, sabía que se corrían riesgos, pero detrás del volante él sentía como abordaba la inmensidad de la noche y como flotaba en un mar de sueños que salían de las pálidas ventanas cansados de rondar a sus creadores, en la silla de atrás trasportó muchas veces al borracho alegre, la mujer desconsolada, el viajero desprevenido o el extraño tripulante de una ciudad dormida, luego de dejar al pasajero en su destino el taxi era habitado por un silencio que solo era interrumpido por la voz casi robótica del radio teléfono.

Sin embargo hoy todo iba a ser diferente, Amet había detenido el taxi frente al parque metropolitano, desde allí reflexionaba en silencio sumido en una profunda meditación cuando escucho los gritos de una joven voz a través del radio teléfono, al parecer alguien estaba recibiendo un terrible daño y lo anunciaba a través de la frecuencia de los taxis.

- “Martha, ¿Me copia? – Pregunto por el radio
- “Adelante central” – Respondió la voz robótica
- “Escuche gritos a través de esta frecuencia, ¿Qué está pasando?”
- “No he escuchado nada, debe ser el cansancio, no ha habido nadie en esta señal por más de media hora, fuera” – Fue la respuesta de la voz metálica y de nuevo el silencio invadió el espacio del vehículo.

Amet se sintió extrañado, decidió que era mejor ir a descansar en la habitación de alquiler donde lo esperaba una pequeña cama y un televisor, y recobrar energías para un arduo día de trabajo.

Conforme pasaron los días olvido aquel extraño incidente, una noche a la salida de una taberna recogió una pareja de homosexuales que insistentemente le pidieron que los llevara al parque metropolitano, a Amet le gustaba transportar las parejas homo, al fin y al cabo pocas veces estaban tan ebrios como para ocasionar problemas y casi nunca discutian la tarifa del taxi.

Aun así a Amet le resultaba tremendamente sospechoso que dos personas fueran a un lugar tan desolado a esas horas como el parque metropolitano.

- “Si quieren los llevo a un motel”- Sugirió con autentica sinceridad y el mínimo de malicia, con el tono de quien está acostumbrado a visitar lugares que resultan exóticos para los humanos que solo deambulan en el día.
- “No gracias, al parque por favor” – respondieron los jóvenes.

Tras dejarlos cerca al entrada del parque, Amet siguió avanzando por la desocupada avenida mientras pensaba en las razones que motivarían a los jóvenes a ir a un lugar tan remoto, no se veían de escasos recursos como para no ir a un lugar más cálido e higiénico, su pensamiento fue interrumpido cuando de nuevo los gritos de dolor surgieron el radio teléfono,se escucharon por un breve instante para acallarse de forma tan repentina como habian iniciado.

Sin embargo Amet relaciono la voz del radio teléfono con la voz de uno de los jóvenes que se acababa de bajar del vehículo, asi que dio la vuelta al parque y regresó al lugar donde había dejado a aquel par de jóvenes.

Bajó del vehículo, con una linterna de mano, apuntando a la densidad verde de los arbustos, llamó insistentemente pero no escuchaba nada, absolutamente nada, hasta las ranas y los insectos de la noche resultaban sospechosamente silenciosos, al fondo vio entonces una luz destellar y se dirigió allí, pero tuvo que detenerse cuando desde el radio teléfono de su vehículo escuchaba nuevamente los gritos de dolor.

Reaccionó, se sintió asustado, llamo a la central donde la voz robótica de Martha, poseedora de una calma casi enloquecedora, le aseguro que nadie había escuchado nada. Así que Amet antes de creer que se estaba volviendo loco decidió esperar el día para averiguar que misterio envolvía ese sector del parque metropolitano y sobre todo cual era el extraño origen de esos gritos.

Al visitar el parque de día no encontró nada, ni siquiera las señales de los jóvenes que había dejado la noche anterior, Amet dejó de comentar el hecho con sus compañeros cansado de sus burlas (las de ellos), sin embargo todas las noches cruzaba por lo menos una vez por el parque tratando de aclarar sus dudas, dos semanas más tarde en el mismo lugar vio salir de entre los arbustos un muchacho que enseguida reconoció.

Salió de prisa entre los arbustos, detuvo el taxi como si estuviera siendo perseguido por alguien, sus ropas venían ajadas y sucias, señal de que había luchado con alguna otra persona, sus labions sangraban y sus ojos cristalizados por el dolor, denotaban angustia y tristeza.

- “Por favor sáqueme rápido de aquí, vámonos es peligroso” – Dijo al subir al taxi.

Amet acelero con rumbo a una zona mas concurrida en el momento que sintio como la puerta del automóvil se cerraba .

- “Que le ha pasado” – Pregunto Amet con la certeza que este joven tenía alguna relación con los gritos de su radioteléfono
- “Han intentado robarme y violarme” – respondió la agitada voz del muchacho
- “Yo lo conozco, usted hace unas semanas me dijo que lo trajera aquí, usted venia con un amigo” – Replico Amet al respecto _ “¿Le puedo hacer una pregunta?”

Al no obtener respuesta Amet observo al muchacho por el espejo retrovisor, pero para su sorpresa la silla de atrás estaba vacía.

El roce del caucho de las llantas contra el asfalto produjo tal chillido que a varias decenas de metros fue fácil percibir como un vehículo frenaba en seco, el joven y maltratado pasajero se había esfumado simplemente de un vehículo en movimiento con las puertas aseguradas, Amet no soporto más y llamó a la policía argumentando que un joven malherido corría por el parque pidiendo ayuda.

Amet decidió volver al lugar donde había recogido al muchacho que ya conocía, con la linterna de mano y un cuchillo que cargaba para su protección se interno en el bosque del parque, en búsqueda del causante de los gritos. Habría avanzado unos metros cuando de nuevo escucho los gritos de su radioteléfono, los cuales estuvo completamente dispuesto a ignorar.

Avanzo lentamente, atento al más mínimo movimiento mientras el recalcitrante silencio de la noche lo rodeaba y el viento helado parecía haberse detenido por temor a mover las hojas de los árboles, unos arbustos al fondo se movían de forma continua y Amet se acerco a ellos donde pudo descubrir a los jóvenes de la otra noche, uno de ellos estaba violando y golpeando al joven que Amet había recogido unos momentos antes.

Amet acudió en su defensa tratando de atacar con su cuchillo al perpetrador, cuando éste noto su presencia volteo a verlo, sus ojos brillaban con una luz rojiza, de su boca surgía un delgado hilo de sangre que de su cara caía directamente sobre el césped, la sangre negra sobre el césped negro de la noche, Amet sintió como esa mirada fiera le hacía perder sus fuerzas y poco a poco se desmayaba sobre el mismo césped negro cubierto de sangre negra.

Cuando la policía llegó encontró a Amet gravemente herido, múltiples heridas con arma blanca y un cuchillo clavado en el abdomen, estaba tirado en un claro del parque cerca de su taxi, la tierra bajo el había sido movida recientemente y bajo ella encontraron el cadáver de un joven que mostraba signos de lucha y violación. Llevaba muerto más de un mes.

El caso fue archivado como crimen pasional.

jueves, 4 de febrero de 2010

Rompiendo la rutina

Margarita ese día no llegó, era extraño que eso sucediera por que todos los días a las 7 de la mañana se escuchaba girar la perilla de la calle y sus pasos por el corredor principal de la casa, siempre llegaba cubierta con un largo abrigo café de imitación piel y una bolsa plástica con las compras del desayuno, Bernardo la esperaba en la cama para que lo ayudara a levantar y a asearse, Margarita lo cuidaba como si a pesar de su avanzada edad fuese aun un bebe.

Bernardo era amable con Margarita, desde la muerte de su pareja había comprendido que su estado no le permitía valerse por sí solo y por ello se ayudaba en lo posible a sí mismo para hacerle más llevadera la labor a la fiel empleada quien durante varios años lo ha cuidado día tras día, pero hoy era diferente, eran cerca de las 8 y los ruidos provenientes de la calle no anunciaban los pasos de Margarita.

Cerca de las 9 llamó a Margarita por teléfono pero no le contesto, si preocupación era evidente, aun acostado en la cama sabia que algo extraño estaba pasando, por ratos se sentía enojado al entender el nivel de dependencia que había adquirido y que el simple hecho de que Margarita no estuviese estaba rompiendo con su ya acostumbrada cotidianidad.

A las 10 sentía un hambre voraz, eso y la preocupación por que algo le hubiese pasado a Margarita, obligó a Bernardo a salir de la cama, arrastrase por el piso y alcanzar la silla de ruedas que por ironías del destino estaba más lejos que de costumbre, aunque él pesaba apenas un poco mas de 40 kilos sus pocas fuerzas hicieron de esta una labor maratónica, lavo su cara como pudo y se vistió a medias, sobre las 11 de la mañana estaba frente a la puerta de su casa pensando que al menos habían pasado 5 años antes de que hubiera salido solo por última vez.

Verificó que llevara las llaves de la casa y dinero para comprar comida, sentía la silla de ruedas pesada ya que nunca la había empujado más de las distancias dentro de su propia casa, hubiera dado cualquier cosa por saber donde quedaba la tienda en al que margarita compraba ese delicioso pan de maíz cuyo aroma salía por la cocina e inundaba con borbotones de nubes todos los espacios de su casa.

La ciudad había cambiado, y Bernardo observaba los cambios de las cuadras cercanas como un viajero en el tiempo que de repente llegara al futuro, descubrió una colosal avenida construida hace poco y al otro lado el aroma de pan de maíz que surgía de un local con un vistoso letrero verde, espero el cambio de semáforo y a pesar del cansancio de sus nudosas manos impulso la silla para llegar lo más pronto al otro lado de la calle.

(…)

Jorge estaba distraído, manejaba su moto pensando en lo absurdo que había resultado todo aquello, peleaba constantemente por los celos enfermizos de su novio que además de ser sin fundamento habían alcanzado los límites de la agresión física, lloraba en silencio mientras pensaba y aceleraba su moto por la nueva avenida de la ciudad.

Con un trabajo de mensajero no era mucho lo que podía hacer para independizarse de ese hombre bastante mayor que él con quien convivía, era verdad que le ayudaba económicamente desde que llegó del pueblo, pero la verdad no le permitía hablar con nadie y lo cuidaba como si Jorge fuera más un objeto valioso que un ser humano.

Jorge escudriñaba su cerebro en buscas de ideas para salir adelante, ahora que su relación tocaba su fin, siendo la moto su única posesión en este mundo, imploro a dios por una solución a sus ideas, estaba tan concentrado en su oración que apenas alcanzo a notar que la luz del semáforo había cambiado y como un delgado anciano cruzaba la calle en silla de ruedas a una gran velocidad, Jorge trato de frenar pero era demasiado tarde.

(…)

La silla de ruedas giro sobre sí misma como si de un trompo se tratase, Bernardo sin saber que o porque había sido golpeado miraba el mundo girar a su alrededor, como cuando era niño y su padre lo llevaba al parque de diversiones, inconsciente del grave peligro que corría empezó a reír y extendió los brazos, el aire golpeaba su cara arrugada y se colaba en su boca sin dientes, en los segundos que parecieron eternos la silla freno contra la acera del frente, sobre ella Bernardo sin un rasguño, pero con un inmenso brillo en los ojos.

Jorge aparco la moto como pudo, y corrió a donde Bernardo para verificar que se encontrara bien, lo había visto dando vueltas en la silla con los brazos abiertos y riendo. Pero se alegro al verlo ileso, lo ayudo de nuevo a acomodarse en la silla de ruedas mientras el abuelo le decía que había vivido una de las experiencias más emocionantes de su vida.

Mientras comían pan de maíz, Jorge le conto a Bernardo las razones por las que casi lo atropella y como su vida había cambiado de repente y para siempre, Bernardo le contó a Jorge como desde la Muerte de su pareja nunca había dejado de ser cuidado por una empleada que había desaparecido en ese día y como su vida había cambiado de repente pero no para siempre.

Tras el golpe con la silla de ruedas la moto no estaba en muy buenas condiciones, Bernardo le comento a Jorge que a falta de compañía temía que un día Margarita no llegara a trabajar y el muriera solo por el simple hecho de no poderse llevar un pan a la boca, como Jorge ya no tenía donde vivir y sin moto no podía trabajar, Bernardo le ofreció que lo acompañara en su casa para ayudar a la fiel Margarita. Alo cual Jorge acepto gustosamente.

(…)

A las 7 de la mañana del otro día, se escucho girar la perilla de la calle y se sintieron pasos por el corredor principal de la casa, una mujer de edad madura cubierta con un largo abrigo café de imitación piel y una bolsa plástica hablaba duro pidiendo excusas por no haber ido a trabajar el día anterior debido a que había sufrido un imprevisto, comento además que apocas cuadras de hay un muchacho descontrolado en una moto trato de atropellar a un viejito loco en silla de ruedas.

martes, 12 de enero de 2010

Aquel encantador extraño


La luz estroboscopica del fondo de la pista parecía estar perfectamente sincronizada con la canción de fondo, la alegría se esparcía como una bruma que poco a poco iba a contagiando a todos los concurrentes a la congestionada discoteca.


Wilson en la barra pedía dos cervezas, miraba a Julio bailar solo en medio de la multitud, sus cabellos rizados no parecían moverse de ninguna forma coordinada, pero su mirada mantenía fijada en Julio y de cuando en cuando le brindaba una sonrisa, Wilson se sentía feliz, el encontrarse accidentalmente con ese hombre le estaba cambiando la vida.

Unas horas antes al finalizar la jornada laboral, Wilson salía de su oficina rumbo a su casa, se sentía solo y triste, estaba en esos días en que todo es de color gris, con tres relaciones fallidas llevaba más de un año solo mientras que sus amigos parecían estar felices cada uno en su propio mundo.

Tomo un autobús rumbo a la casa, sabía que era viernes y le encantaría salir a bailar pero no estaba dispuesto a salir a un bar a buscar compañía y sexo ocasional, él anhelaba una compañía un poco más permanente. Al subir reparó en el joven rubio sentado en la primera fila, se sentó un puesto atrás al lado opuesto para observarlo mejor, al rato descubrió que podía observarlo a través del reflejo del vidrio del conductor y así no incomodarlo.

Cuando el hombre fue a descender, Wilson se apresuro para descender primero con el objeto de evitar que pareciera que estaba persiguiendolo, se bajo del autobús y en seguida ese muchacho de cabellos rizados bajo tras de él.

- “Si me sigues mirando me vas a gastar” – le dijo a Wilson con cierta sonrisa picara – “Note como me mirabas a través del reflejo” – prosiguió mientras lo miraba.

Wilson sintió cierto escalofrío recorriéndole la espalda mientras pensaba, que había descubierto al hombre de su vida, o más bien que él había sido descubierto, descubriendo al hombre de su vida, caminaron juntos calle arriba, al principio la conversación inicio como muchas conversaciones de personas que no se conocen, el nombre, la edad, las cosas a que se dedica en la vida, y muchas mas.

Pero en un momento empezaron a hablar de barcos, el tema favorito de Wilson, y noto que Julio estaba muy versado en el tema, caminaron y conversaron por muchas cuadras, incluso muchas cuadras mas allá de lo racionalmente cerca de la parada del autobus y terminaron bebiendo un café caliente mientras cruzaban sus miradas con cierto aire de romanticismo y complicidad.

Decidieron salir a bailar esa  misma noche, descubrieron que tenían los mismos gustos musicales, los mismos gustos en lo referente a las bebidas y hasta misma costumbre de sorber el trago a través del mezclador en vez de beberlo normalmente.

Wilson sabía una cosa, no es prudente irse a la cama con un hombre cuando se espera de él algo más que una noche de placer, asi que tras la noche de rumba y el beso robado y luego devuelto y muchos besos más, Wilson se ofreció a llevar a Julio a la casa de él.

- “¿Y cómo se que te volveré a ver?” – Pregunto Julio con curiosidad y cierto desgano

- “Toma esta pulsera es una de mis posesiones más preciadas, cuando nos volvamos a ver me la devuelves así sabrás que volveré a buscarte”. Respondió Wilson en la puerta de la casa de Julio y luego de despedirse salió con rumbo a su propia casa con un embarque inmenso de felicidad.

Dos días después Wilson volvió a la casa de Julio, con la esperanza de volverlo a ver, pero en su lugar una mujer de avanzada edad empezó a llorar cuando Wilson le pregunto por Julio.

- “Julio mi hijo, murió hace más de un año en una riña callejera” – aseguró la mujer tratando de calmarse.

- “No es posible antenoche estuvimos tomando café, rumbeando Juntos, y hablando de barcos” – Respondió Wilson.

- “Pero si Julio nunca supo nada de barcos, incluso le temía al agua, además no le gustaba el café”.

Una fotografía permitió a Wilson verificar que efectivamente estaban hablando de la misma persona, la señora amablemente invito a Wilson hasta el lugar donde se hallaba la tumba de su hijo, un cementerio alejado de la ciudad, a la entrada del mismo ella compro flores rojas sembradas en una canasta de mimbre y esparcia sobre ella los caramelos que le gustaban a su fallecido hijo y que mas tarde terminarían comiéndose los pájaros.

Llegaron con paso lento, mientras la serena tarde avanzaba igualmente sin prisa, hasta una tumba en el suelo, cuyo pasto había sido cortado recientemente, se ornaba con una pulida lamina de mármol gris sobre la cual reposaba brillante la pulsera de Wilson.