miércoles, 23 de septiembre de 2009

Calixto




Mario despertó sobresaltado, sintió que su respiración se entrecortaba y como un sudor frio recorría su espalda, miro el reloj, eran las dos y media de la madrugada, la escasa luz nocturna que entraba por su ventana no era suficiente para iluminar todos los rincones de su habitación, Mario trato de agudizar la vista buscando entre las sombras alguna presencia humana, se sentía observado pero por más que lo intento no pudo ver a nadie más a que a su negro reflejo en el espejo ubicado en una esquina de su habitación.



- “Paranoias mías” – Pensó y se volvió a dormir



Calixto surgió lentamente entre las sombras, contemplaba a Mario dormir y se preguntaba a sí mismo por que se sentía tan atraído por ese ser, al punto tal que en un descuido había cedido a los impulsos de su instinto predador y había despertado a Mario, espero a que este durmiera profundamente, acaricio sus cabellos castaños y luego huyo convertido en niebla por la ventana, sacio su hambre asesinando a un viejo vagabundo que dormía en una acera.



Durante incontables noches Calixto entro a la habitación de Mario con la intención salvaje de tomarlo por el cuello y beber hasta la última gota de sangre de ese cuerpo que le fascinaba, pero siempre existía un extraño poder que lo detenía, perdía valiosas horas, alguna vez incluso llego a entrever las luces del alba, velando el sueño de ese hombre a quien ya había dejado de ver como una presa.



Mario por su parte, pasaba malos días, cansado a pesar de haber descansado toda la noche, se sentía vigilado, había llegado incluso a pensar que era acechado por un vulgar asaltante, más de una vez al despertar trato de explicar porque sus sabanas estaban húmedas impregnadas de un sudor frio, mientras en la ventana abierta de su habitación que él creía haber cerrado en la noche, permanecía un ramo de flores marchitas cuyos pétalos se caían con el helado aire de la madrugada.



Pero una noche, de esas largas noches en las que Calixto se extasiaba en la silenciosa contemplación de su amado Mario, sucedió lo inesperado, un incauto ladrón entro por la terraza a la casa, los agudos sentidos de Calixto siguieron sus temblorosos pasos mientras recorría los pasillos cuando intento entrar a la habitación de Mario, Calixto se abalanzo sobre él, le rompió el cuello y dejo el frio cadáver revolcado en su propia sangre, de la que Calixto por asco no se atrevió a beber ni una gota.



Todo ocurrió en absoluto silencio, Calixto huyo nuevamente convertido en niebla, no sin antes dejar algunas flores marchitas junto a la ventana, Mario despertó al día siguiente, ante el asombro de un asaltante muerto y todo lo legal que esto implicaba, hallo huellas de sangre en el umbral de la puerta y algunas junto al espejo, todo indicaba que esa noche más de una persona había entrado a la habitación.



Calixto tuvo que dejar de visitar a Mario durante varias noches, la policía vigilaba el lugar constantemente, en más de una ocasión sintió rabia por haber sido tan impulsivo y por no haberse deshecho del cadáver, que mas daba, el era un cazador que por primera vez mataba a alguien sin intención de alimentarse, su naturaleza de asesino lo ponía por encima de las leyes humanas, no podía ser juzgado por actuar para lo que había sido creado.



En más de una ocasión pensó en atacar al frágil policía que rondaba las calles aledañas, y que cada tanto iluminaba la ventana de Mario desde afuera con una débil luz de linterna, pero Calixto sabía que era cuestión de esperar para que la policía se cansara de vigilar y poder volver al lado de su amado Mario.



Sabía que Mario estaría allí, profundamente dormido como todas las noches, y un par de semanas más tarde pudo regresar, esta vez junto a la ventana donde solía colocar flores marchitas, encontró un jarrón con flores frescas y una nota que decía:



- “¿Quién eres?”



El condenado inmortal, sintió como si su corazón descompuesto tuviera la capacidad de latir de nuevo, colocó en letras negras su nombre bajo la pregunta, Calixto se extraño ante la vista de su propio nombre, habían pasado décadas sin ver su nombre escrito, salió de la habitación con un sentimiento confuso ante el hombre que confundía sus sentimientos y sacaba dolorosamente a flote el poco de humanidad que le quedaba.



Calixto sintió la ira de no poder tener el control sobre sí mismo, desdeño el hecho de no haber atacado a Mario la primera noche, no es bueno encariñarse con las presas, eso lo sabía, pero enamorarse era un concepto que su mente había dejado de comprender hacia siglos. Y eso lo hacía enfurecer hasta el punto de despertar ese dormido instinto de depredador que durante meses estaba latente luchando por salir, y la bestia surgió.



Esa semana la policía estuvo más ocupada que nunca, los constantes asesinatos en el barrio donde Mario vivía, tenían preocupada a la comunidad, la prensa amarillista acechaba también en espera de capturar al despiadado asesino en serie, se calmo un poco cuando uno de los más veteranos periodistas amaneció degollado y sin ojos en un parque infantil a unas pocas cuadras.



Calixto entendió que las cosas estaban demasiado complicadas y que lo mejor era acabar de raíz con la situación actual, esa noche decidió ir a la habitación de Mario y tomar de una vez lo que por derecho le pertenecía y abandonar para siempre su zona de caza, se vio en dificultades para cruzar y pasar desapercibido ante las rondas policiales y uno que otro automóvil con periodistas noctámbulos.



Cuando llego a la habitación de Mario, se acerco lentamente a él, sintió el impulso de detenerse al ver las flores frescas en la ventana, pero decidió continuar, cuando encontró una nota sobre la mesa de noche aledaña a la cama de Mario:



- “Oración para Calixto: Ángel de mi guarda, mi dulce compañía no me desampares ni de noche, ni de día…”



Mario rezaba todas las noches antes de dormir, invocando la protección de su ángel guardián, el mismo ángel maldito que estaba a segundos de hincar sus afilados colmillos en su cuello.



Mario despertó sobresaltado, sintió que su respiración se entrecortaba y como un sudor frio recorría su espalda, miro el reloj, eran las cinco y media de la mañana, la luz del alba entraba por su ventana, Mario aun adormilado vio una figura humana ser destruida por los rayos del sol, un par de ojos humanos colgaban del espejo del fondo de su habitación, mientras en letras de sangre reposaba un último mensaje:



- “Siempre te estaré observando”.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que mas decirte que espectacular...........

Delicado como la flor marchita que se deshace en la ventana, pero a la vez muy fuerte como las gotas de sangre resbalando por el espejo.

Merlín Púrpura dijo...

Sencillamente, ¡GENIAL!

Unknown dijo...

Una sola palabra.....SUBLIME...!!